jueves, 1 de agosto de 2013

Dios aún nos da tiempo para convertirnos: aprovechémoslo

¡Amor y paz!

Jesús termina esta sección de parábolas recordándonos la importancia de vivir de acuerdo con lo que Él mismo nos ha ido instruyendo, pues si bien es cierto que no sabemos cuándo llegará el final del tiempo para toda la humanidad, sabemos con certeza que éste llega para cada uno de nosotros el día en que el Señor nos llama. Ese día no habrá excusas, sino resultados. Separará a los que vivieron de acuerdo con los valores del Evangelio de aquellos que se negaron.

Cada día es una nueva oportunidad que Dios nos da para amar, pera perdonar, para servir a los demás, para hacer de nuestra vida un instrumento de su gracia y, sobre todo, para dejar que su amor y su infinita misericordia nos inunden y transformen (Pbro. Ernesto María Caro).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XVII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 13,47-53.
El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron. Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo". Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.
Comentario

        Con la muerte, la opción de vida hecha por el hombre se hace definitiva –su vida está delante del Juez. La opción que a lo largo de la vida ha ido tomando una forma concreta, puede tener diversas características. Puede haber personas que han destruido totalmente en ellas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor, personas en las cuales todo se ha hecho mentira, personas que han vivido para el odio y que en ellas mismas han pisoteado el amor. Es una terrible perspectiva pero ciertos personajes de nuestra historia dejan entrever, de manera espantosa, la existencia de perfiles de esta clase. En semejantes individuos ya no habría posible remedio para nada y la destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se quiere indicar con la palabra «infierno».

    Por otra parte, puede haber personas muy puras, que se han dejado penetrar enteramente por Dios y que, por consiguiente, están totalmente abiertas al prójimo; personas que ya desde ahora han dejado que su ser esté totalmente orientado a Dios y el mero hecho de ir hacia él es tan sólo el cumplimiento de lo que ya son.

    Sin embargo, y según nuestras experiencias, ni un caso ni otro son los normales en la existencia humana. En la mayoría de los hombres –como lo podemos suponer- una última apertura interior a la verdad, al amor, a Dios, permanece presente en lo más profundo de su ser. Pero en las opciones concretas de la vida, su opción ha quedado desde siempre recubierta con nuevos pactos con el mal... ¿Qué ocurre con estos individuos cuando se presentan ante el Juez? ¿Acaso todas las cosas sucias que han ido acumulando a lo largo de su vida, de repente se volverán insignificantes?...

     En la primera carta a los Corintios, san Pablo nos da una idea del diferente impacto que será el juicio de Dios sobre el hombre según su estado... «Encima del cimiento ya puesto se puede edificar con oro, plata, piedras preciosas o con madera, heno o paja: lo que ha hecho cada uno saldrá a la luz; el día del juicio lo manifestará; porque ese día despuntará con fuego, y el fuego pondrá a prueba la calidad de cada construcción. Aquél, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Más aquél, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego» (3,12-15).

Benedicto XVI, papa de 2005 a 2013
Encíclica « Spe Salvi », 45-46
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