sábado, 8 de diciembre de 2012

Bienaventurada la mujer que dio el 'sí' para nuestra salvación



¡Amor y paz!

La página del Evangelio es hoy como una antítesis de la del Génesis. Aquí no hay un demonio que tienta, sino un ángel que anuncia y promete. No hay manzana seductora en el árbol, sino un fruto bendito en el vientre. No hay una mujer que duda y se endiosa, sino una mujer que se fía y se entrega. A la mujer de la duda y del «no», responde la mujer de la fe y del «sí». A las maldiciones, suceden las bendiciones. Al Espíritu malo, sucede el Espíritu Santo.

Por otra parte, esta página es cumplimiento de la del Génesis. Ahora sabemos quién es la mujer anunciada y la descendencia victoriosa. Se llamará Jesús, y será a la vez el Hijo de Dios y el Hijo del hombre, el nuevo Adán, el que hará posible la vuelta al paraíso (Cáritas- Fuego en la tierra. Adviento y Navidad .1988.Pág. 44).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado en que celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

Dios los bendiga,

Evangelio según San Lucas 1,26-38.

En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo". Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin". María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?". El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios". María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó.

Comentario

Siguiendo la costumbre judía, San José no había tomado aún a su esposa en su propia casa. María, esposa de José, era virgen. Aquí se dice expresamente que San José era de la estirpe de David, detalle interesante para demostrar el cumplimiento de las profecías. En cambio no se dice en ninguna parte de los evangelios y de una manera expresa que María fuera de la estirpe de David, aunque esto se suponga repetidamente (cfr. v. 32).

"Llena de gracia" significa tanto como "llena del favor de Dios". La Inmaculada, la que nunca estuvo sujeta a la esclavitud del pecado, fue objeto de todas las complacencias divinas. Pero también fue la mujer más libre y responsable, sin condicionamientos de un mal pasado, capaz de asumir una función especialísima en la historia de nuestra salvación. Su maternidad fue efectivamente responsable, fue madre porque quiso serlo. De no ser así y de no haberlo querido así Dios, no tendría ningún sentido la embajada del ángel.

Son las palabras del ángel, y no tanto su inesperada aparición, las que sorprenden y turban a María, nos hace pensar en el Mesías deseado por todo el pueblo y soñado por todas las mujeres de Israel. En esta virgen llega a su culminación la esperanza de todos los hombres y la disponibilidad de todas las mujeres de Israel. Pero, ¿qué papel ha de desempeñar María en todo esto? ¿por qué ella es saludada como la bendita de las mujeres? La Virgen medita sobre este punto.

Ahora el ángel la anima y le dice que ha sido elegida por Dios para que en ella se cumplan todas las bendiciones y promesas de Israel. Por eso es "bendita". Las palabras del ángel están llenas de resonancias bíblicas y nos recuerdan el lenguaje frecuentemente usado al anunciar el nacimiento de un niño extraordinario (cfr. Gn. 16. 11; Jc 13, 3-5). El evangelista supo recordar especialmente las palabras de Isaías 7, 14, pues seguidamente acentuará la virginidad de María.

El niño será grande en sentido absoluto, y será llamado "Hijo del "Altísimo". Sin embargo, estos títulos deben interpretarse aquí en el sentido del A. T. y no implican de suyo el reconocimiento de la divinidad de Jesús.

No parece probable que María hubiera hecho antes un voto de virginidad, y no hay que ver en ello la razón de su pregunta: en todo el Antiguo Testamento no se encuentra una valoración moral o religiosa de la virginidad por encima del matrimonio, por el contrario se ve en la fecundidad una bendición especial de Dios. Por otra parte, en el judaísmo nunca se pensó que el Mesías naciera de un modo distinto al común de los hombres y hubiera sido incomprensible que una mujer, por amor a la virginidad, renunciara a ser la madre del Mesías. Añádase que María estaba ya desposada con José. Así, pues, en tales circunstancias resulta sicológicamente imposible que María consagrara su virginidad a Dios antes de la embajada del ángel.

La pregunta de María obedece a una razón muy sencilla: se da cuenta de que Dios le pide, precisamente ahora, ser madre del Mesías, pero no comprende cómo puede ser. Ella es todavía una simple prometida y no conoce varón.

El ángel le dice cómo sucederá todo, por la fuerza del Altísimo (que es el Espíritu Santo) y sin menoscabo de su virginidad. El Espíritu de Dios "la cubrirá con su sombra" lo mismo que la "nube" o "gloria del Señor” cubría el arca de la Alianza, y a semejanza del Espíritu de Dios que en principio se cernía sobre las aguas. Se trata de un símbolo de la poderosa fecundidad de Dios y de su presencia santificante.

María responde con un "sí" humilde y obediente. María se convierte en el Arca de la Nueva Alianza y en Madre del Hijo de Dios. Es comprensible que María, realizado ya este misterio, conservara su virginidad y que José guardara una respetuosa distancia ante el misterio.

EUCARISTÍA 1980, 57