miércoles, 17 de agosto de 2011

Ante Dios, se acaban los privilegios que otorga el mundo


¡Amor y paz!

Siempre recuerdo la inscripción que hay en la entrada principal del cementerio de Tunja (Colombia): “Aquí terminan las vanidades del mundo”. En efecto, aunque las tumbas sean de mármol con incrustaciones de oro, esos siguen siendo honores que otorga el mundo. Pero ante Dios, carecen de valor. Para Él, otros son los criterios: cuanto amor se dio.

Traigo esto a colación para reflexionar acerca de lo que nos dice el Evangelio. A los ojos del mundo, quien trabaja más gana más. A los ojos de Dios, la gracia santificante, los efectos de la salvación, se otorgan por igual a quien desde el comienzo fue un buen cristiano como al que llegó a serlo a última hora.  

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la XX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 20,1-16a.
Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: 'Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo'. Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: '¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?'. Ellos les respondieron: 'Nadie nos ha contratado'. Entonces les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'. Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: 'Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros'. Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: 'Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada'. El propietario respondió a uno de ellos: 'Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?'. Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos". 
Comentario

Una sociedad en que las relaciones comerciales han adquirido un puesto preeminente pone en serio peligro la comprensión del universo religioso. Los hombres transfieren a la relación religiosa los comportamientos adquiridos en el tráfico comercial y se construyen un imaginario libro de cuentas donde señalan sus méritos y deméritos, su debe y haber frente a Dios. De esta forma se ven imposibilitados de comprender la realidad de la acción divina, caracterizada por la gratuidad.

La parábola de los obreros con diverso tiempo de trabajo y con el mismo salario final quiere ser una advertencia para evitar que caigamos en ese error. 
El personaje principal, presentado desde el comienzo, es un propietario que ejerce la posesión sobre una viña. Escuchando propietario y viña los oyentes de Jesús, familiarizados con el lenguaje de los profetas y de otros escritos del Antiguo Testamento, eran naturalmente conducidos a considerar la relación de Dios y su pueblo.

Ese propietario debe cosechar los frutos de su viña y para ello sale a contratar obreros para la tarea. Da la impresión que lo único que le interesa es que no haya desocupados ya que busca compartir con mayor número de personas los beneficios que la viña ha reportado o reportará.

En sucesivas salidas, que el texto tiene cuidado de señalar, repite la misma invitación desde la mañana hasta la tarde. La única diferencia es que a los primeros llamados señala el jornal exacto, un denario (v.2), a los segundos promete de manera más amplia “lo justo” (v.4) y en los casos siguientes no menciona el monto de la paga.

Al final del día por medio de su administrador, comienza a abonar los salarios desde los últimos llegados a los que se concede lo prometido a los de la primera hora. Estos viendo que reciben la misma paga comienzan a murmurar porque trabajos de duración desigual han sido remunerados idénticamente. La queja que les brota es que los que han trabajado “una hora” han sido igualados a los que se fatigaron durante todo el día.

Todo lector está tentado de acompañarlos en la crítica y considerar lo actuado por el propietario como una injusticia. Sin embargo, con el final de la parábola, Jesús nos invita a cambiar estos criterios más frecuentes por otros criterios en que la medida de la justicia brota de la generosidad del dueño de la viña. 

En definitiva, el Reino es una realidad de gracia y no se puede cuantificar en términos de horas de labor. Hasta que no se llegue a comprender esto brotará el resentimiento por la “nivelación” de méritos personales que el Reino produce. 

La parábola apunta directamente contra la conciencia de superioridad derivada de la elección de Israel. Esta conciencia de superioridad impide a “los hombres religiosos” considerarse iguales a publicanos, prostitutas y paganos llamados posteriormente. Pero al no admitir esa igualdad no pueden comprender la realidad del Dios de gracia que quiere que todos sus hijos participen de los beneficios de la viña. 

Pero la parábola no agota su contenido con su aplicación a aquel momento del conflicto entre fariseísmo y cristianismo. Es también un llamado de atención a los integrantes de toda comunidad cristiana que no saben descubrir que el Reino es una gracia y que como tal debe ser aceptado.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
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