domingo, 20 de marzo de 2011

“Levántense; no tengan miedo”

¡Amor y paz!

Hace ocho días meditábamos sobre las tentaciones a que fue sometido Jesús. Hoy, lo haremos sobre  su Transfiguración y aunque el segundo domingo de Cuaresma no es la fiesta propiamente dicha, este misterio está íntimamente vinculado en la liturgia romana a esta etapa del itinerario hacia la Pascua.

El Evangelio nos señala dos peligros en el camino hacia la santidad: el conformismo y el miedo. De tal manera, nos convoca a no conformarnos con nuestra actual situación, por cómoda que nos parezca. Nos pide no instalarnos, y levantarnos sin miedo para ir al encuentro con Dios.

Los invito, hermanos, a lee, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este II Domingo de Cuaresma.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 17,1-9.
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.  Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo". Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo". Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos".
Comentario

El Tabor no es meta, sino anticipo. Para gustar de la cumbre gloriosa primero hay que salir: «sal», y hay que "subir", pero después, enseguida, hay que bajar. No se puede estar tanto tiempo en la cima del monte, mientras abajo son tantos los que esperan tu ayuda; no se puede gozar demasiado del Tabor, mientras abajo hay tantos que lloran; no se puede descansar en el Tabor, mientras abajo son tantos los que luchan, trabajan o quieren trabajar.

El Tabor sigue siendo tarea y esperanza. Pero muchas veces decimos de una u otra forma: «qué bien se está aquí». Quisiéramos hacer nuestra choza e inhibirnos de trabajos y problemas. Algo así como unas vacaciones ininterrumpidas, como una droga con efectos permanentes. «Qué bien se está aquí», decíamos, pero nuestra felicidad es bien mezquina, y aún la tienda la exigimos egoístamente para nosotros.

"Qué bien se está aquí", decimos en momentos de descanso, cuando nadie nos molesta y nada nos preocupa. El ídolo del diván, pequeño nirvana anticipado. Tabor de la comodidad.

"Qué bien se está aquí", decimos en momentos de diversión, cuando nos relajamos psicológicamente y olvidamos nuestras heridas. La imaginación emborrachada y la atención cautivada. La vida como juego. El ídolo de la pantalla y la TV. Tabor de la frivolidad "Qué bien se está aquí", decimos en momentos de placer, cuando los sentidos se satisfacen y el espíritu se encordia. El mundo es una gran tarta y las personas dulcísimos bombones. La religión del consumo, los dioses del Olimpo, el Tabor de la sensualidad. «Qué bien se está aquí», decimos en momentos de éxito, cuando la gente nos admira y nos creemos auténticas estrellas. Tocamos el cielo con la mano y vemos a la gente prosternada. Caminamos despidiendo luz y el alma se nos hincha. La idolatría del yo. El divismo rebajado. Tabor de la vanidad.

«Qué bien se está aquí», decimos en momentos de poder, cuando conseguimos el escaño, el sillón o la poltrona. El poder, como el dinero -ambos viven unidos incestuosamente- abre todas las puertas y todas las almas. Tal vez Macbeth no tuvo buenos consejeros. El poder no corrompe sino que diviniza. Es hermoso y deslumbrante mirar a todos desde arriba. Nietzsche o la religión del superhombre. Prometeo nuestro dios. Tabor de la ambición.

Hay otros Tabores más complejos, pero igualmente insolidarios y egoístas. Pueden ser: el Tabor de nuestra cultura, de nuestra ideología, de nuestra espiritualidad, de nuestras devociones, de nuestras profesiones. El Tabor del aburguesamiento, de las seguridades, de las inmunidades. Nos creemos en la verdad y en el bien. No hay nada que cuestionar y nada que buscar. Nos encontramos en tranquila posesión de Dios. Una nube de paz nos envuelve. Pobre gente, los que no encuentran el camino de la montaña santa. Pedro no sabía lo que decía, y nosotros menos. El verdadero Tabor, decíamos, aunque pueda haber algún anticipo, es más que nada tarea y esperanza. Caminamos hacia el Tabor, pero hay que hacerlo con los otros. Caminamos hacia el Tabor, pero buscando la felicidad del otro. Caminamos hacia el Tabor, pero pasa por la cruz. Caminamos al Tabor, pero el camino es el amor. Llegaremos al Tabor, pero cuando se acabe el dolor y las lágrimas de todos.

CARITAS
UN CAMINO MEJOR
CUARESMA 1987.Págs. 42 s.