sábado, 30 de abril de 2011

"Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”

¡Amor y paz!

Hemos leído en esta semana las apariciones del Señor Resucitado según los evangelistas Juan,  Mateo y Lucas. Hoy, el último capítulo del evangelio según Marcos, menciona brevemente las apariciones de Cristo a la Magdalena, a los discípulos de Emaús y a los once.

La fuerza del relato recae en la incredulidad de los discípulos a quienes el Señor reprocha el no haber dado fe a quienes lo habían visto.  Es una clara amonestación a los creyentes que vendrían después para que crean a los testigos de la resurrección, aunque personalmente no hayan visto al Señor.

Los invito, hermanos, a leer y mediar el evangelio y el comentario, en este 
sábado de la 1ª. Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 16,9-15.
Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios.  Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron. En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado. Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. 
Comentario

a) Hoy leemos el final del evangelio de Marcos.

Desde luego, los apóstoles no están muy dispuestos a creer fácilmente la gran noticia de la resurrección de Jesús. Parece como si el evangelista quisiera subrayar esta incredulidad.

Primero es una mujer, María Magdalena, la que les anuncia su encuentro con el Resucitado. Y no le creen. Luego son los dos de Emaús, y tampoco a ellos les dan crédito. Finalmente se aparece Jesús a los once, y les echa en cara su incredulidad.

La palabra final que les dirige es el envío misionero: «id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación».

b) También nosotros, los cristianos de hoy, hemos recibido el mismo encargo: predicad la buena noticia de Cristo Jesús por toda la tierra.

Pudiera ser que también nosotros, en alguna etapa de nuestra vida, sintiéramos dificultades en nuestra propia fe. A todos nos puede pasar lo que a los apóstoles, que tuvieron que recorrer un camino de maduración desde la incredulidad del principio hasta la convicción que luego mostraron ante el Sanedrín.

Ojalá tuviéramos la valentía de Pedro y Juan, y diéramos en todo momento testimonio vivencial de Cristo. Ojalá pudiéramos decir: «no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído». Para eso hace falta que hayamos tenido la experiencia del encuentro con el Resucitado.

La evangelización, el anuncio de la Buena Noticia de Cristo, ha sido siempre difícil. Desde la primera generación hay quien no quiere escuchar el anuncio de Cristo Resucitado, que comporta un estilo de vida especial y un evangelio que abarca toda la existencia y revoluciona los criterios familiares y sociales. Los profetas que osan dar el testimonio van a parar a la cárcel o a la muerte.

Pero la dificultad mayor no viene de fuera, sino de dentro. Si un cristiano no siente dentro la llama de la fe y no está lleno de la Pascua, no habla, no da testimonio. Mientras que cuando uno tiene la convicción interior no puede dejar de comunicarla. El que tiene una buena noticia no se la puede quedar para sí mismo. El río que lleva agua, la tiene que conducir hacia abajo, por más diques que le pongan. Lo peor es si el río está seco y no lleva agua: entonces no hace falta que le pongan diques, y no podrá dar origen a ningún pantano. Si el cristiano no tiene convicciones ni ha experimentado la presencia del Señor, entonces no hace falta ni que le amenacen: él mismo se callará porque no tiene ninguna noticia que comunicar.

Cada vez que celebramos la Eucaristía, después de haber escuchado la Palabra salvadora de Dios y haber recibido a Cristo mismo como alimento, tendríamos que salir a la vida -a nuestra familia, a nuestro trabajo, a nuestra comunidad religiosa- con esta actitud misionera y decidida: aunque, como a la Magdalena o a los de Emaús, no nos crean. No por eso debemos perder la esperanza ni dejar de intentar hacer creíble nuestro testimonio de palabra y de obra en el mundo de hoy.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 37-39

viernes, 29 de abril de 2011

Hagamos lo que nos pide Cristo Resucitado

¡Amor y paz!

Jesús se aparece hoy a sus discípulos por tercera vez desde que resucitó. Pedro ha regresado a su trabajo de pescador y los otros se animan a acompañarlo. Es posible que hayan dudado de que Jesús resucitaría y que por lo tanto no debían realizar la nueva misión que Él les había confiado de ser ‘pescadores de hombres’.

Pero no pescaron nada esa noche. Sólo hasta que Cristo Resucitado les pidió que echaran la red a la derecha de la barca la pesca fue copiosa. Fue entonces cuando lo reconocieron.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la 1ª. Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 21,1-14.
Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".  Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Comentario

a) Jesús se aparece a siete de sus apóstoles, que, invitados por Pedro -siempre líder- han vuelto a su ocupación anterior, la de pescadores.

Están en Galilea, en el lago de Tiberíades. Y a indicación de un Jesús a quien todavía no reconocen -siempre aparece que su presencia les resulta difícil de experimentar-, tienen una segunda pesca milagrosa, después de una noche en la que no habían cogido nada. El número de 153 peces no sabemos si tiene alguna intención simbólica, aunque no tiene mucha importancia. Unos recuerdan que este número es la suma de los primeros números, del l al l 7. Para otros, como san Jerónimo, este número era el de las especies de peces que se conocían en la antigüedad. En ambos casos podría indicar la plenitud mesiánica en Cristo.

Cuando en vida de Jesús tuvo lugar la primera pesca milagrosa, Pedro fue protagonista, reconociendo a Jesús como el Mesías y arrojándose a sus pies. Allí recibió la llamada a seguirle. Ahora es también él el más decidido en lanzarse al agua y acercarse a Jesús.

Es deliciosa la escena del almuerzo con pescado y pan preparado por Jesús al amanecer de aquel día. Después de que casi todos le abandonaran en su momento crítico de la cruz, y Pedro además le negara tan cobardemente, Jesús tiene con ellos detalles de amistad y perdón que llenaron de alegría a los discípulos.

b) Noche de trabajo infructuoso: pero con Jesús, pesca milagrosa. Nosotros también podemos tener noches malas y fracasos en nuestro trabajo, decepciones en nuestro camino. Podemos aprender la lección: cuando no estaba Jesús, los pescadores no lograron nada. Siguiendo su palabra, llenaron la barca.

Ese es el Cristo en quien creemos y a quien seguimos: el Resucitado que se nos aparece misteriosamente -en la Eucaristía, no nos prepara pan y pescado, sino que nos da su Cuerpo y su Sangre- hace eficaz nuestra jornada de pesca y nos invita a comer con él y a descansar junto a él. Podemos sentirnos contentos: «dichosos los invitados a la Cena del Señor».

Por una parte, esto nos invita a no perder nunca la esperanza ni dejarnos llevar del desaliento. Nuestras fuerzas serán escasas, pero en su nombre, con la fuerza del Señor, podemos mucho.

Pero, por otra parte, nos hace pensar que si fuéramos los unos para con los otros como Jesús: si ante el que trabaja sin gran fruto y tiene la tentación de echarlo todo a rodar, fuéramos tan humanos y amables como él, si supiéramos improvisar un desayuno fraterno en ambiente de serenidad y amistad para el que viene cansado, si le dirigiéramos una palabra de interés y de ayuda, sería mucho más fácil seguir trabajando como cristianos o como apóstoles, a pesar de los fracasos o de las dificultades.

J. ALDAZÁBAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 34-36
www.mercaba.org

jueves, 28 de abril de 2011

Cristo Resucitado nos trae su paz


¡Amor y paz!


La escena del evangelio es continuación de la de ayer. Los discípulos de Emaús cuentan a la comunidad lo que han experimentado en el encuentro con el Resucitado, al que han reconocido al partir el pan. Y en ese mismo momento se aparece Jesús, saludándolos con el deseo de la paz.

En los saludos y las despedidas que acostumbramos en nuestra vida diaria se advierte el grado de deshumanización al que hemos llegado. Algunos, por lo menos en Colombia, saludan con un frío "Cuénteme" y se despiden con un no menos gélido: ¡Cuídese! Cristo Resucitado saludó a sus discípulos: "La paz esté con ustedes". ¿Cómo saluda o se despide usted, hermano?

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 1ª. Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 24,35-48.
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.  Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo". Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?". Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos. Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos". Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.
Comentario

Hoy, Cristo resucitado saluda a los discípulos, nuevamente, con el deseo de la paz: «La paz con vosotros» (Lc 24,36). Así disipa los temores y presentimientos que los Apóstoles han acumulado durante los días de pasión y de soledad.

Él no es un fantasma, es totalmente real, pero, a veces, el miedo en nuestra vida va tomando cuerpo como si fuese la única realidad. En ocasiones es la falta de fe y de vida interior lo que va cambiando las cosas: el miedo pasa a ser la realidad y Cristo se desdibuja de nuestra vida. En cambio, la presencia de Cristo en la vida del cristiano aleja las dudas, ilumina nuestra existencia, especialmente los rincones que ninguna explicación humana puede esclarecer. 

San Gregorio Nacianceno nos exhorta: «Debiéramos avergonzarnos al prescindir del saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a salir del mundo. La paz es un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de Dios, según dice el Apóstol a los filipenses: ‘La paz de Dios’; y que es de Dios lo muestra también cuando dice a los efesios: ‘Él es nuestra paz’»

La resurrección de Cristo es lo que da sentido a todas las vicisitudes y sentimientos, lo que nos ayuda a recobrar la calma y a serenarnos en las tinieblas de nuestra vida. Las otras pequeñas luces que encontramos en la vida sólo tienen sentido en esta Luz.

«Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí...»: nuevamente les «abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,44-45), como ya lo había hecho con los discípulos de Emaús. También quiere el Señor abrirnos a nosotros el sentido de las Escrituras para nuestra vida; desea transformar nuestro pobre corazón en un corazón que sea también ardiente, como el suyo: con la explicación de la Escritura y la fracción del Pan, la Eucaristía. En otras palabras: la tarea del cristiano es ir viendo cómo su historia Él la quiere convertir en historia de salvación.

Rev. D. Joan Carles Montserrat i Pulido (Sabadell-Barcelona, España)
http://www.mercaba.org/

miércoles, 27 de abril de 2011

¿En qué actitudes nos pueden reconocer a los cristianos?

¡Amor y paz!

Anteayer leímos a Mateo, ayer a Juan y hoy a Lucas en sendos relatos sobre las apariciones de Cristo Resucitado.  En este pasaje, el evangelista da cuenta de cómo Dios se nos ha acercado, ha salido al camino haciéndose uno de nosotros, pero ni los judíos ni los discípulos lo han reconocido. Finalmente lo reconocen al partir el pan y dar gracias.

Cabe preguntarnos: ¿Mediante qué gestos de fe, amor, solidaridad, humildad, entrega ... nos pueden reconocer a nosotros como discípulos de Jesús, el Hijo de Dios?

Los invito, hermanos, a leer y, meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la 1ª. Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 24,13-35.
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!". "¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron". Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?" Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo a donde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?". En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!". Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. 
Comentario

«Hoy es el día que hizo el Señor: regocijémonos y alegrémonos en él» (Sal 117,24). Así nos invita a rezar la liturgia de estos días de la Octava de Pascua. Alegrémonos de ser conocedores de que Jesús resucitado, hoy y siempre, está con nosotros. Él permanece a nuestro lado en todo momento. Pero es necesario que nosotros le dejemos que nos abra los ojos de la fe para reconocer que está presente en nuestras vidas. Él quiere que gocemos de su compañía, cumpliendo lo que nos dijo: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

Caminemos con la esperanza que nos da el hecho de saber que el Señor nos ayuda a encontrar sentido a todos los acontecimientos. Sobre todo, en aquellos momentos en que, como los discípulos de Emaús, pasemos por dificultades, contrariedades, desánimos... Ante los diversos acontecimientos, nos conviene saber escuchar su Palabra, que nos llevará a interpretarlos a la luz del proyecto salvador de Dios. Aunque, quizá, a veces, equivocadamente, nos pueda parecer que no nos escucha, Él nunca se olvida de nosotros; Él siempre nos habla. Sólo a nosotros nos puede faltar la buena disposición para escuchar, meditar y contemplar lo que Él nos quiere decir.

En los variados ámbitos en los que nos movemos, frecuentemente podemos encontrar personas que viven como si Dios no existiera, carentes de sentido. Conviene nos demos cuenta de la responsabilidad que tenemos de llegar a ser instrumentos aptos para que el Señor pueda, a través de nosotros, acercarse y “hacer camino” con los que nos rodean. Busquemos cómo hacerlos conocedores de la condición de hijos de Dios y de que Jesús nos ha amado tanto, que no sólo ha muerto y resucitado para nosotros, sino que ha querido quedarse para siempre en la Eucaristía. Fue en el momento de partir el pan cuando aquellos discípulos de Emaús reconocieron que era Jesús quien estaba a su lado.

Rev. D. Xavier Pagès i Castañer (La Llagosta-Barcelona, España)
www.mercaba.org

martes, 26 de abril de 2011

Como la Magdalena, somos enviados a dar la buena noticia

¡Amor y paz!


Ayer leímos acerca de la aparición del Resucitado según la versión de Mateo; hoy, según la de Juan. Dentro del proyecto salvífico de Dios, los laicos, como María Magdalena, tenemos la importantísima misión de ser testigos y anunciadores de la resurrección de Cristo, tal cual nos lo muestra hoy el Evangelio.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la 2ª. semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Del Evangelio según San Juan 20,11-18
11 María se quedó afuera de la tumba, llorando. Mientras lloraba, se inclinó para ver dentro de la tumba, 12 y vio a dos ángeles vestidos de blanco. Estaban sentados, uno donde había estado la cabeza de Jesús y el otro donde habían estado sus pies. 13 Los ángeles le preguntaron:
—Mujer, ¿por qué estás llorando?
Ella les respondió:
—Porque alguien se ha llevado el cuerpo de mi Señor, y no sé dónde lo habrá puesto.
14 Apenas dijo esto, volvió la cara y vio a Jesús allí, pero no sabía que era él. 15 Jesús le dijo:
—Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
María pensó que estaba hablando con el que cuidaba el jardín donde estaba la tumba. Por eso le dijo:
—Señor, si usted se ha llevado el cuerpo que estaba en esta tumba, dígame dónde lo puso y yo iré a buscarlo.
16 Jesús le dijo:
—María.
Ella se volvió y le dijo:
—¡Maestro!
17 Jesús le dijo:
—No me detengas, pues todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y dile a mis discípulos que voy a reunirme con él, pues también es Padre de ustedes. Él es mi Dios, y también es Dios de ustedes.
18 María Magdalena fue y les dijo a los discípulos que había visto al Señor, y les contó todo lo que él había dicho.
Sociedades Bíblicas Unidas: Traducción en lenguaje actual.
       www.lectionautas.com

Comentario

a) Esta vez es Juan el que nos cuenta el encuentro de María Magdalena con el Resucitado. Es una mujer llena de sensibilidad, decidida, que ha sido pecadora, pero que se ha convertido y cree en Jesús y le ama profundamente. Ha estado al pie de la cruz. Ahora está llorando junto al sepulcro.

Se ve claramente que tanto las mujeres como los demás discípulos no estaban demasiado predispuestos a tomar en serio la promesa de la resurrección. La única interpretación que se le ocurre a la Magdalena, ante la vista de la tumba vacía, es que han robado el cuerpo de su Señor, y está dispuesta a hacerse cargo de él, si le encuentra: «yo lo recogeré».

En las diversas apariciones del Señor sus discípulos no le reconocen fácilmente: unos lo confunden con un caminante más, otros con un fantasma, y Magdalena con el hortelano. El Resucitado no es «experimentable» como antes: está en una existencia nueva, y él se manifiesta a quien quiere y cuando quiere. Eso sí, los que se encuentran con él quedan llenos de alegría y su vida cambia por completo.

Magdalena le reconoce cuando Jesús pronuncia su nombre: «María». Es la experiencia personal de la fe. Jesús había dicho que el Buen Pastor conoce a sus ovejas una a una. La fe y la salvación siempre son nominales, personalizadas, tanto en la llamada como en la respuesta.
Magdalena recibe una misión: no puede quedarse ahí, no puede «retener» para sí al que acaba de encontrar resucitado, sino que tiene que ir a anunciar la buena noticia a todos. Se convierte así, como vimos ayer de las demás mujeres, en «apóstol de los apóstoles».

b) Ojalá también nosotros, ante el acontecimiento de la Pascua, nos dejemos ganar por Cristo.

La Pascua que hemos empezado a celebrar nos interpela y nos provoca: quiere llenarnos de energía y de alegría. Se tendrá que notar en nuestro estilo de vida que creemos de verdad en la Pascua del Señor: que él ha resucitado, que se nos han perdonado los pecados, que hemos recibido el don del Espíritu y pertenecemos a su comunidad, que es la Iglesia.

Ayudados por la fe, seguramente hemos «oído» que también a nosotros el Señor nos ha mirado y ha pronunciado nuestro nombre, llamándonos a la vida cristiana, o a la vida religiosa o sacerdotal. El popular canto de Gabarain, lleno de sentimiento, está inspirado por tantas escenas del evangelio, además del caso de la Magdalena: «me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre». Y nosotros nos hemos dejado convencer vitalmente por esa llamada. Como los oyentes de Pedro a los que les llega su predicación al alma y preguntan qué deben hacer.

Somos enviados a anunciar la buena noticia. Pero sólo será convincente nuestro anuncio si brota de la experiencia de nuestro encuentro con el Señor.

Como Pedro y la Magdalena y las demás mujeres han quedado transformados por la Pascua, nosotros, si la celebramos bien, seremos testigos que la contagiamos a nuestro alrededor. Y los demás nos verán en nuestra cara y en nuestra manera de vida esa «libertad verdadera» y esa «alegría del cielo que ya hemos empezado a gustar en la tierra», como ha pedido la oración del día.

Claro que nosotros no acabamos de «ver» ni reconocer al Señor en nuestra vida, mucho menos que los discípulos a quienes se apareció. Pero tenemos el mérito de creer en él sin haberle visto con los ojos de la carne: «dichosos los que crean sin haber visto», como dijo Jesús a Tomás.

En la Eucaristía, tenemos cada día un encuentro pascual con el Resucitado, que no sólo nos saluda, sino que se nos da como alimento y nos transmite su propia vida. Es la mejor «aparición», que no nos permite envidiar demasiado ni a los apóstoles ni a los discípulos de Emaús ni a la Magdalena.

J. Aldazábal
Enséñame tus caminos 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 24-27

lunes, 25 de abril de 2011

“¡Alégrense, no teman!”, nos pide Cristo resucitado

Amor y paz!

Con mi más efusivo saludo de ¡Felices Pascuas!, les  comunico que en la parte inferior de este blog (debajo de la foto del templo católico) hay siempre un espacio llamado Otros textos… Otras reflexiones. Allí encontrarán esta vez material que les permitirá ampliar o recordar acerca del significado del Tiempo Pascual que comenzamos ayer, con la gloriosa resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, sin duda el acontecimiento más importante de nuestra fe.

Durante la primera semana después de la Pascua, leemos algunos relatos que nos hablan de la resurrección. Hoy, el Evangelio se refiere al sepulcro vacío, de donde parten dos embajadas: la de las mujeres convertidas en mensajeras de la resurrección, y la de los guardianes del sepulcro, que se dirigen a los sumos sacerdotes para comunicarles lo ocurrido.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la 1ª. semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 28,8-15.
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán". Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'. Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo". Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy. 

Palabra de Dios…

Comentario

 a) Dos grupos de personas han visto el sepulcro vacío y corren a anunciarlo, aunque de forma muy distinta: las mujeres y los guardias.

No es pequeño el mérito de aquellas mujeres seguidoras de Jesús. Le habían acompañado y ayudado durante su ministerio. Estuvieron presentes al pie de la cruz, con una valentía que dejaba en evidencia la cobardía de la mayoría de los apóstoles. Son también las que acuden antes al sepulcro, y ahora merecen la primera aparición del Resucitado.

Al ver el sepulcro vacío y oír las palabras del ángel que les asegura que «no está aquí, ha resucitado», se marchan presurosas, llenas a la vez de miedo y de alegría. Y en seguida se les aparece el mismo Jesús. Ellas venían en busca de un muerto y ahora le encuentran vivo. La primera palabra que les dirige es: «alegraos... no tengáis miedo», y les da un encargo: «id a comunicar a mis hermanos...». Estas mujeres creyentes son las que primero pueden dar testimonio de la resurrección de Jesús y se convierten en mensajeras de la gran noticia para con los mismos apóstoles: apóstoles de los apóstoles. Aunque no les van a hacer mucho caso.

Los guardias también han visto el sepulcro vacío. Su primer sentimiento es el miedo, porque han descuidado la misión que les habían encomendado. Pero aceptan el soborno que les proponen: la corrupción es un mal muy antiguo. Y hacen correr la voz de que han robado el cadáver del crucificado.

b) No tengáis miedo. Id a decir...

También nosotros nos sentimos animados por esta palabra, que nos invita ante todo a no perder nunca la esperanza. Y además, a seguir dando testimonio del Resucitado en nuestro mundo.

Primero fueron aquellas mujeres. Y como ellas, cuántas otras, a lo largo de la historia de la Iglesia, han dado parecido testimonio de Cristo Jesús en la comunidad cristiana, en la familia, en la escuela, en los hospitales, en las misiones, en tantos campos de la vida social.

Después de las mujeres vinieron Pedro, Juan y los demás apóstoles, y generaciones y generaciones de cristianos a lo largo de dos mil años. Y ahora, nosotros. En medio de un mundo que sigue prefiriendo la versión del robo, u otras igualmente pintorescas, los cristianos recibimos el encargo de anunciar a Cristo Resucitado, único salvador de la humanidad. Ante tantos que sufren desorientación y desencanto, nosotros nos convertimos en testigos de la vida y de la esperanza.

Probablemente, ante las dificultades y la apatía de muchos, también nosotros necesitemos oir la palabra alentadora: «alegraos... no tengáis miedo... seguid anunciando...». Nuestro testimonio será creíble si está convertido en vida, si se nos nota en la cara antes que en las palabras. La Resurrección de Jesús no es sólo una noticia, una verdad a creer o un acontecimiento a recordar: es una fuerza de vida que el Resucitado nos quiere comunicar a cada uno de nosotros.


Uno de los momentos privilegiados de nuestro encuentro con él es la Eucaristía. Cada vez que la celebramos deberíamos salir, como las mujeres del evangelio, llenos de la buena noticia y de la experiencia de comunión con el Señor, dispuestos a comunicar con verdadero aire de alegría a nuestra sociedad, a nuestra familia, a nuestra comunidad religiosa, el mensaje de vida que nos ha encargado el Señor resucitado.

También nosotros, como el salmista creyente y como Jesús en el trance de su muerte, podemos decir el salmo 15 con sentido. Si estamos experimentando momentos de desconcierto o de dolor, digámosle a Dios, al inicio de la Pascua: «con él a mi derecha no vacilaré... me enseñarás el sendero de la vida». Las dificultades de la vida pertenecen a nuestro seguimiento de ese Cristo que llegó a la nueva existencia a través de la pasión y de la muerte. Con él estamos destinados todos a la vida. Por eso escuchamos y creemos la consigna del Resucitado: «alegraos».

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 21-24

domingo, 24 de abril de 2011

¡Aleluya! ¡Resucitó el Señor y nosotros con Él! ¡Aleluya!

¡Amor y paz!

Exulten por fin los ángeles.
Que se asocien a la Fiesta los creyentes,
y por la victoria de Jesús sobre la muerte
salga el pregonero a las calles
anunciando la derrota del Hades.

Alégrese la madre naturaleza
con el grito de la luna llena:
que no hay noche que no acabe en día,
ni invierno que no reviente en primavera,
ni muerte que no dé paso a la vida;
ni se pudre una semilla
sin resucitar en cosecha.

Alégrese nuestra Madre la Iglesia
porque en la historia del mundo
siguen los hombres resucitando,
y abiertos con esperanza al futuro
confiesan a Cristo glorificado.

Esta es la noche del absoluto vacío
que la Palabra llenó creadora.
Esta es la noche de Abraham
en que el Cordero redime a Isaac
sobre la cumbre del monte Moria.

Esta es la noche de Egipto
con Moisés de caudillo,
un Pueblo peregrino a la libertad
y los esclavos vencedores del Esbirro.

¡Qué noche maravillosa:
Cristo subiendo del abismo
y la muerte muerta!
¡Qué maravilla de Dios:
entregando al Hijo
salvaste al esclavo!
¡Qué maravilla de amor:
porque hubo pecado
conocimos el perdón!
¿De qué nos sirviera nacer
si la muerte fuera nuestro destino?

Esta es la noche
en que cayeron dictaduras.
Esta es la noche
en que el avaro renunció a su fortuna.
Esta es la noche
en que el lascivo dejó la lujuria.
Esta es la noche
que acabó con viejas rupturas
engendradas en guerras añejas,
y encontró abrazados a hermanos
que riñeron por líos de herencias.

Esta es la noche que sacude conciencias,
quema los ídolos, despierta vocaciones,
alumbra virginidades, engendra esperanzas,
convierte en arados las espadas,
saca renacidos de las aguas,
alegra a los tristes, provoca adoradores,
descarga pistolas y derriba opresores.

Esta es la noche
que trae la Buena Noticia a los pobres,
abre los ojos de los ciegos,
libera a los prisioneros
y anuncia el perdón a los pecadores.

¡Sea bendito Nuestro Señor
que subiendo a la Cruz
y entrando en la muerte,
venció para siempre
los poderes del mal!

¡A gozar de la Luz...
rota la oscuridad...
victorioso de nuevo el Amor...!
(www.mercaba.org)

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo en que celebramos la gloriosa Resurrección del Señor.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 20,1-9.
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.  Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. 
Comentario

Hoy celebramos la Pascua, "la fiesta de las fiestas", porque es el día de la resurrección del Señor. Por esto, hoy, cielos y tierra cantan el aleluya, expresión de alegría que significa "alabad al Señor", antiguo grito de alabanza litúrgica heredado del culto israelítico.

Celebramos hoy -después de escuchar esta pasada noche el anuncio pascual- el hecho central de nuestra fe: que Cristo, tal como decimos en el Símbolo de la fe, después de su crucifixión, muerte y sepultura, "resucitó al tercer día".

-Pascua es un acto de fe: Cristo es el Viviente

Con una conciencia clara de que no podemos agotar el contenido de esta fiesta de hoy, que continuamos  -como en una sola y  única  fiesta- durante toda la cincuentena pascual, hasta Pentecostés, repasemos las tres lecturas bíblicas de esta celebración.

Y, en primer lugar, el evangelio, que nos invita a dejarnos penetrar por la luz de la fe ante el hecho del sepulcro vacío de Jesús. 

Este hecho desconcertó primeramente a las mujeres y a los mismos Apóstoles, pero después entendieron su sentido: aceptaron un hecho histórico y comprendieron su sentido de salvación a la luz de las Escrituras. El cuerpo de Jesús, muerto en la cruz, ya no estaba allí. Pero no porque hubiera sido robado, sino porque HABÍA RESUCITADO. Aquel Cristo a quien habían seguido era el VIVIENTE; en El triunfaba la vida; en El se anticipaba el "Día del Señor", en el que los mejores israelitas esperaban la resurrección de los muertos. Cristo era el vencedor de la muerte: "Victor mortis".

Sí, la Pascua nos pide sobre todo un gran ACTO DE FE. Creemos que Cristo vive; creemos que es nuestro Redentor, el Redentor del hombre y de todo hombre que no lo rechaza; creemos que en Cristo tenemos la Vida verdadera...

-Pascua es una transfiguración de nuestra vida

Cristo resucitó por todos nosotros. El es la primicia y la plenitud de una humanidad renovada. Su vida gloriosa es como un inagotable tesoro, que todos estamos llamados a compartir desde ahora.

Mediante el bautismo, su presencia se ha compenetrado con nuestro ser y nos da ya ahora, germinalmente, la gracia de nuestra futura resurrección. El pasaje de la Carta a los Colosenses que leemos en la misa de hoy es una reminiscencia de una homilía bautismal y nos sitúa muy bien en el sentido de esta fiesta para nosotros: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios..."

En Cristo todo adquiere un sentido nuevo. Por esto en la Pascua, como nos recuerdan a menudo las homilías de aquellos grandes obispos de los primeros siglos llamados "Padres de la Iglesia", se alegran a la vez el cielo y la tierra; los ángeles, los hombres y la creación entera: porque todo está llamado a ser transfigurado, a ser liberado de la esclavitud del pecado y a compartir la gloria del Señor Resucitado. Si nuestra fe es sincera, nuestra alegría pascual tiene que ser profunda y contagiosa. Pascua nos pide amar la vida más que a nadie.

-Pascua es un compromiso de testimonio

Sin la resurrección de Cristo no se habrían escrito los Evangelios ni existiría la Iglesia. Los Apóstoles fueron, antes que nada, testigos de la resurrección de Jesús, como vemos hoy escuchando la predicación de Pedro, leída en la primera lectura de esta misa del día de Pascua.

Aquel mismo testimonio, que ha sido como un fuego que ha ido dando calor a las almas de los creyentes hasta hoy, llega en este año de gracia hasta nosotros. No nos reúne nada más. Seamos conscientes de que no tenemos otro objetivo, en nuestra convocatoria de hoy y de cada domingo -¡todo el año es como una celebración pascual!- que acoger el don de Dios Padre en el Cristo Viviente y transmitir este mensaje a las nuevas generaciones. Sean cuales sean las dificultades, éste es nuestro deber más sagrado: transmitir la BUENA NOTICIA DE QUE, EN CRISTO, LA VIDA HA VENCIDO A LA MUERTE, como glosa poéticamente la secuencia de la misa. Digamos al mundo hoy, día santo de Pascua, y todo el año que:

"lucharon vida y muerte
en singular batalla
y, muerto el que es Vida,
triunfante se levanta".

(Secuencia de Pascua)

Narcis Jubany
Misa Dominical 1987, nº 8

sábado, 23 de abril de 2011

Acompañemos a María que espera el gran día de la resurrección

¡Amor y paz!

Hoy, propiamente, no hay “evangelio” para meditar o —mejor dicho— se debería meditar todo el Evangelio en mayúscula (la Buena Nueva), porque todo él desemboca en lo que hoy recordamos: la entrega de Jesús a la Muerte para resucitar y darnos una Vida Nueva.

Hoy, la Iglesia no se separa del sepulcro del Señor, meditando su Pasión y su Muerte. No celebramos la Eucaristía hasta que haya terminado el día, hasta mañana, que comenzará con la Solemne Vigilia de la resurrección. Hoy es día de silencio, de dolor, de tristeza, de reflexión y de espera. Hoy no encontramos la Reserva Eucarística en el sagrario. Hay sólo el recuerdo y el signo de su “amor hasta el extremo”, la Santa Cruz que adoramos devotamente.

Hoy es el día para acompañar a María, la madre. La tenemos que acompañar para poder entender un poco el significado de este sepulcro que velamos. Ella, que con ternura y amor guardaba en su corazón de madre los misterios que no acababa de entender de aquel Hijo que era el Salvador de los hombres, está triste y dolida: «Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron» (Jn 1, 11). Es también la tristeza de la otra madre, la Santa Iglesia, que se duele por el rechazo de tantos hombres y mujeres que no han acogido a Aquel que para ellos era la Luz y la Vida.

Hoy, rezando con estas dos madres, el seguidor de Cristo reflexiona y va repitiendo la antífona de la plegaria de Laudes: «Cristo se hizo por nosotros obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre» (cf. Flp 2, 8-9).

Hoy, el fiel cristiano escucha la Homilía Antigua sobre el Sábado Santo que la Iglesia lee en la liturgia del Oficio de Lectura: «Hoy hay un gran silencio en la tierra. Un gran silencio y soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra se ha estremecido y se ha quedado inmóvil porque Dios se ha dormido en la carne y ha resucitado a los que dormían desde hace siglos. Dios ha muerto en la carne y ha despertado a los del abismo».

Preparémonos con María de la Soledad para vivir el estallido de la Resurrección y para celebrar y proclamar —cuando se acabe este día triste— con la otra madre, la Santa Iglesia: ¡Jesús ha resucitado tal como lo había anunciado! (cf. Mt 28, 6).

Mn. Joan Busquets i Masana (Sabadell)
www.mercaba.org

viernes, 22 de abril de 2011

"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos"

 ¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Viernes Santo en que conmemoramos la muerte del Señor.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42. 
Después de haber dicho esto, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y rmas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: "¿A quién buscan?". Le respondieron: "A Jesús, el Nazareno". El les dijo: "Soy yo". Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente: "¿A quién buscan?". Le dijeron: "A Jesús, el Nazareno".  Jesús repitió: "Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se vayan". Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me confiaste". Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?". El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo". Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice,  mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". El le respondió: "No lo soy". Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió: "He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho". Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?". Jesús le respondió: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?". Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy". Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?". Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este hombre?". Ellos respondieron: "Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado". Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie". Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?". Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?". Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz". Pilato le preguntó: "¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?". Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un bandido. Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: "¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena". Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí tienen al hombre!". Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo". Los judíos respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios". Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo: "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?". Jesús le respondió: " Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave". Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César". Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata". Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí tienen a su rey". Ellos vociferaban: "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey que el César". Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en hebreo "Gólgota". Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'. Pilato respondió: "Lo escrito, escrito está". Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo". Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. 
Comentario

"Desde la hora sexta la oscuridad cayó sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz ¡Eli, Eli! ¿lema sabactani?": esto es, ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?"

El momento más terrible de la pasión de Jesús es, ciertamente, cuando exclama, en el más extremo sufrimiento de la cruz: "Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?" /Mt/27/45-46
D/AUSENCIA: Es una frase de un salmo en el que Israel, doliente, torturado, despreciado a causa de su fe, le grita a su Dios su desgracia. Y este grito de oración de un pueblo al que su elección, su comunidad con Dios, lo ha convertido en una maldición, alcanza todo su significado en la boca de Aquél que es la misma cercanía salvadora de Dios entre los hombres. Si él se siente abandonado de Dios. ¿dónde podremos encontrar a Dios?

Y hoy resuena en nuestros oídos el eco redoblado de ese grito. Desde el infierno de los campos de concentración, desde la guerra de guerrillas, desde los barrios llenos de miseria, desde esos campamentos palestinos donde los hombres tienen que comerse los cadáveres de sus hermanos, se oye decir: "¿Dónde estás, Dios, creador de este mundo, en el que las más inocentes criaturas sufren terriblemente y son conducidas como corderos al matadero sin poder abrir la boca?

La vieja pregunta de Job se agudiza hoy más que nunca. Es una pregunta a la que no se puede responder con palabras y con argumentos, porque alcanza una profundidad que no puede medir por sí sola la razón.

Todos aquellos que creen poder dar una respuesta a esta cuestión con palabras e ideas inteligentes, están necesariamente abocados al mismo fracaso que los amigos de Job. La única solución es aguantar esta pregunta y sufrirla desde la fe con Aquél, y en Aquél que ha sufrido por todos nosotros. Y lo primero que debemos descubrir es que Jesús no afirma la ausencia de Dios, sino que la transforman en oración.

Si queremos integrar en el viernes santo de Jesús el viernes santo del siglo XXI, tenemos que integrar el grito angustiado de nuestro mundo en el grito de Jesús en la cruz: cambiarlo en una oración dirigida a ese Dios y Padre que, a pesar de todo, sigue estando cerca.

Pero hay otra pregunta que nos lanzan todos aquellos que reniegan de Dios por los males del mundo.

¿Se puede rezar honradamente antes de haber hecho nada para enjugar la sangre de los que sufren y secar sus lágrimas? Lo curioso es que la idea de que Dios no puede existir, la desaparición total de Dios, se produce en aquellos que no son más que espectadores de los horrores que se dan, en aquellos que acomodados en su sillón, contemplan lo terrible del mundo y creen haber cumplido con su obligación y haberse defendido diciendo: "si existen tales horrores es que no hay Dios".

Pero la reacción de aquellos que verdaderamente sufren es frecuentemente la contraria; precisamente en su sufrimiento descubren a Dios. En este mundo la adoración sigue saliendo de los hornos de los que fueron quemados y no de los espectadores del horror. No es ninguna casualidad que el pueblo de la revelación, el pueblo que conoció a Dios y lo dio a conocer al mundo, haya sido el pueblo que más ha sufrido a lo largo de la historia, bastante antes de llegar a los hornos crematorios de los nazis.

Y no es ninguna casualidad que el hombre más torturado, el que más sufrió -Jesús de Nazaret- haya sido el revelador, mejor dicho, haya sido y sea la revelación misma.
FE/SUFRIMIENTO: No es ninguna casualidad que la fe en Dios provenga de un rostro lleno de sangre y heridas, de un crucificado, y que el ateísmo tenga su padre en Epicuro, en el mundo de los espectadores satisfechos.

De repente brilla en toda su claridad la seriedad misteriosa y amenazadora de unas palabras de Jesús: "Antes pasa un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre en el cielo": un rico , es decir, alguien a quien le va bien, que está saturado de bienestar y sólo conoce el dolor a través de la televisión.

Tomemos en serio estas palabras que nos amonestan precisamente en el viernes santo. Es cierto que ni necesitamos ni debemos buscarnos el sufrimiento y la angustia nosotros mismos. Dios manda el viernes santo donde quiere y cuando él quiere. Pero debemos tener siempre presente -no sólo teóricamente, sino en la práctica de nuestra vida- que la cruz es siempre don de Dios para nuestra salvación.

La cruz es el instrumento elegido por el Padre -respetando la libertad de los hombres- para revelarnos su amor, para hacernos partícipes de su vida.

También los hombres están inventando continuamente caminos de salvación. Pero todos los partos de la razón humana: todas las filosofías e ideologías, todas los estrategias de este mundo, tienen siempre en común el rechazo de la metodología de la cruz, en cuanto en ellas siempre está presente la convicción de que la salvación pasa a través del poder.

La palabra de Pablo a los corintios es de una enorme actualidad: "Los judíos piden milagros -fuerza poderosa que salve a los hombres- y los griegos buscan sabiduría -la lógica de la razón-, nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; más para los llamados -sean judíos o griegos- fuerza de Dios y sabiduría de Dios".

"Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad divina más fuerte que la fuerza de los hombres" (1Co 01, 22-25).
Las injusticias, las opresiones, las luchas, las guerras, la pobreza, el paro, las violencias, existen y se multiplican porque todos quieren resolver los problemas humanos mediante el poder.

A pesar de todos los fracasos para resolver los problemas humanos, aún existe en el corazón del hombre la convicción de que esos "cinco cercos diabólicos de la muerte" de que habla un teólogo de nuestro tiempo:

- el cerco diabólico de la pobreza
- el cerco diabólico del poder
- el cerco diabólico del racismo
- el cerco diabólico de la destrucción de la naturaleza,
- y el cerco satánico del sin sentido de la vida y del abandono de Dios, pueden ser rotos solamente con la fuerza y la sabiduría de los hombres.

Y cae en ese "titanismo", en esa confiar en sus propias fuerzas, que siempre se convierte en un desafío contra Dios y, a la larga o a la corta, en una nueva forma de opresión del hombre.
PODER/DBD/SV La verdadera alternativa es la metodología de la cruz. Esta metodología da testimonio exactamente de lo contrario: dice que la salvación total del hombre nace de la debilidad, no del poder, de la derrota, no de la violencia. Así aparece que el hombre no se salva por sí sólo, es Dios quien lo salva.

Este es el desafío que nos lanza el viernes santo ¿se puede salvar el hombre sin la cruz de Cristo, entendida no sólo como causa sino también como método? Pensad en esto, hoy, hermanos, ante la cruz de Cristo.

Porque todos nosotros creemos que la cruz, sí, es causa de nuestra salvación, y por eso vamos a adorarla, como instrumento de esa salvación que Dios nos concede.

Pero no creemos que la cruz es, además, para nosotros, método de salvación y por eso no la aceptamos en nuestra vida, no agradecemos la cruz que Dios nos ha concedido, y la rechazamos con todas nuestras fuerzas o nos desesperamos y la estamos maldiciendo continuamente. Por eso, hoy también se nos pide que al adorar la cruz de Cristo adoremos nuestra propia cruz. Que la aceptemos como muestra del amor de Dios a nosotros. Y pidamos a Dios el Espíritu de Jesús para que podamos extender con él y como él voluntariamente los brazos sobre nuestra propia cruz y ofrecerla a Dios como instrumento de salvación para nosotros y para nuestro mundo.

Termino con las palabras del principio: "Desde la hora sexta, la oscuridad cayó sobre toda la tierra hasta la ahora nona". Así están los hombres de nuestro mundo, aplastados por esta densa tiniebla que les impide descubrir el sentido de la cruz en su vida. Pero todos estamos en la cruz sobre el calvario. Esas tres cruces es la cruz de todos los hombres de nuestro tiempo. La cruz del inocente, la cruz del arrepentido, la cruz del desesperado.

Nosotros, los cristianos, a través de esta densa tiniebla del Viernes Santo que dura hasta el fin de los tiempos, hasta el día de la resurrección universal, hemos recibido ese poderoso rayo de luz de la resurrección de Cristo, que nos hace descubrir el sentido de su cruz y de nuestra cruz.

Si aceptas hoy la cruz de tu vida y al besar ahora la cruz de Cristo besas tu propia cruz como gracia de Dios, también podrás escuchar esta palabra de Jesús: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Hoy se te puede conceder toda la felicidad que es posible recibir en este mundo.