miércoles, 27 de agosto de 2014

“Por fuera parecen justos, pero por dentro están llenos de iniquidad”

¡Amor y paz!

Con estas palabras, Jesús termina este duro sermón en contra de aquellos que aparentan una cosa y viven de una manera contraria a lo que predican. No podemos decir que somos cristianos por el hecho de que portamos con nosotros una medallita o un crucifijo, o por que tenemos en nuestras casas u oficinas alguna imagen de Jesús o de la Santísima Virgen.

La vida cristiana es ante todo un estilo de pensar y vivir que se tiene que reflejar en todas las áreas de nuestra vida. Por ello nuestro trato con la familia, con los vecinos, con los empleados y compañeros debe manifestar a los demás, que creemos y amamos a Jesús, que somos auténticamente CRISTIANOS. (Pbro. Ernesto María Caro).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la XXI Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 23,27-32.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, diciendo: 'Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas'! De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmen entonces la medida de sus padres! 

Comentario

Exterioridades y apariencias. ¿De qué sirven nuestras apariencias si en el interior estamos cargados de maldad y de podredumbre? Antes que nada hemos de unir nuestra vida a Dios; hemos de ser fieles a la Alianza pactada con Él desde el día en que fuimos bautizados, en que Dios nos aceptó como hijos suyos por nuestra unión a Cristo Jesús, su Hijo; y en que, razón de esa misma unión, nosotros aceptamos el compromiso de vivir como hijos de Dios. Hijos fieles que viven y caminan en el amor a Dios y al prójimo. Sólo a partir de entonces no nos quedaremos en una fe confesada de labios para afuera. La lealtad de nuestra fe abrirá nuestro ser para que no sólo habite en él el Señor, sino para que su Palabra tome carne en nuestra propia vida. No seamos como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera pero llenos de carroña y podredumbre por dentro; no nos conformemos con construir mausoleos a los santos, y templos, tal vez joyas arquitectónicas, en honor del Señor. Entreguémosle, más bien, nuestra vida para que desde ella el Señor continúe realizando su obra de amor y de salvación en el mundo.

Jesús fue rechazado y herido por nuestros pecados. Nadie puede eludir su responsabilidad en la muerte de Cristo, pues Él cargó sobre sí el pecado de la humanidad. Y en esto consiste el amor de Dios: en que siendo pecadores envió a su propio Hijo para librarnos de nuestros pecados y hacernos hijos de Dios. Y el Señor nos sigue amando siempre. Él mismo nos convoca en este día para ofrecernos su perdón y para sentarnos a su mesa como hijos suyos. Ojalá y vengamos ante el Señor trayendo el fruto de nuestros trabajos apostólicos. Y estos no sólo serán los realizados por quienes se han dedicado a proclamar el Nombre de Dios a sus hermanos, sino también los realizados por aquellos que, en medio de sus labores diarias, se han esforzado en trabajar por el amor fraterno y por la justicia social.

¿Qué hacemos los que nos decimos cristianos? ¿Cuáles son las manifestaciones de nuestra fe? Probablemente hoy como ayer muchos contribuyan en la construcción o en el esplendor de los templos que se levantan al Nombre de nuestro Dios y Padre. Muchos continuarán preocupándose de que las diversas festividades religiosas se hagan con toda la pompa propia de un festejo en honor del Altísimo. Pero ¿realmente ha vuelto nuestro corazón a Dios? ¿O también hoy como ayer nosotros nos hemos quedado en simples exterioridades ante Dios? ¿No seremos dignos del reproche del Señor en la antigüedad: Este pueblo me honra con los labios mientras su corazón está lejos de mí? De nada nos servirá ofrecerle miles y miles de cosas externas al Señor. Es necesario que nuestro corazón vuelva a Él y que, fieles a su amor y a su Palabra, iniciemos un nuevo camino: el del amor a Él y el del amor a nuestro prójimo, convertido en amor servicial y fraterno buscando el bien de todos.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber vivir nuestra fe sin hipocresías, sino como testigos del amor que Dios nos ha tenido y que ha transformado nuestra vida de pecadora en justa, para que, puestos al servicio de los demás, contribuyamos para que también ellos alcancen, junto con nosotros, la salvación que Dios ofrece a todos. Amén.


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