lunes, 4 de agosto de 2014

"Tranquilícense, soy yo; no teman"

¡Amor y paz!

Decir que se tiene fe cuando todo marcha sobre ruedas, cuando la economía florece, cuando la salud no se quebranta, cuando el mundo abre sus flores para nosotros…ciertamente es fácil. Sin embargo la verdadera fe se prueba desafiando el mar… confiando ciegamente en el poder, el amor y la misericordia de Dios.

La verdadera fe es la que nos hacer permanecer de pie en medio del mar cuando las olas y el viento se embravecen; cuando se pierde la salud, los negocios se tambalean, la fama y el honor se deterioran y se pone en juego todo lo que tenemos. El evangelio de hoy nos hace ver lo que significa creer que Jesús es verdaderamente, como lo reconocerán al final los demás, “el Hijo de Dios”. (Pbro. Ernesto María Caro)

Los invito, hermanos, a leer y, meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Mateo 14,22-36. 
En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.  

Comentario

Pasar a la otra orilla, e iniciar la travesía para alcanzarla. Todos fijamos la mirada en un más allá donde culminen nuestros deseos y esperanzas. Hacemos planes para lograr nuestras metas y objetivos. Tal vez partimos solos, mientras Jesús, a quien dejamos sólo, sube a orar ante su Padre Dios por nosotros; finalmente Él jamás nos ha abandonado.

Cuando la oscuridad, el desánimo y las contrariedades de la vida están a punto de desanimarnos, Él se acerca no como un juez implacable que viene a juzgarnos, a castigarnos y a espantarnos. Él es el Dios misericordioso que nos invita a no tenerle miedo sino a recibirlo como compañero de viaje en la barca de nuestra propia vida, de nuestros trabajos, de nuestros logros y aparentes fracasos.

Él se define como YHWH (Yo Soy). Dios se acerca a nosotros despojado de todo, hecho uno de nosotros para tendernos la mano cuando el mal, el pecado y la muerte amenazan con acabar con nosotros.

El verdadero discípulo de Jesús no puede trabajar al margen del Señor. Ojalá y los apóstoles se hubiesen quedado con Jesús, y junto con Él hubiesen subido al monte a orar para después partir, junto con Él, hacia la otra orilla; entonces las cosas habrían sido diferentes desde el principio. No partamos solos hacia la realización de nuestra vida y hacia el cumplimiento de la Misión que el Señor nos ha confiado, de hacer llegar el Evangelio de la gracia hasta el último rincón de la tierra.

Aprendamos a unirnos en intimidad con Dios por medio de la oración humilde y sencilla. Aprendamos a partir junto con Él, fortalecidos por su Espíritu Santo, a proclamar su Nombre y a abrirle paso al Reino de Dios entre nosotros.

homiliacatólica.com