domingo, 29 de junio de 2014

«Dios me ama, y el amor de Dios me basta»


¡Amor y paz!

Hoy celebramos la muerte, con su testimonio martirial, de los dos Apóstoles; no porque murieran juntos, sino porque desde el principio la comunidad unió su recuerdo, viéndolos como las dos columnas de la Iglesia. Recordemos que además hay otra fiesta de Pedro (la cátedra) y de Pablo (la conversión).

Pero hoy no se trata sólo de la fiesta de dos mártires, por importantes que sean, sino de la identidad misma de la Iglesia en cuanto "apostólica". La Iglesia tal como la quiso Cristo, fundada visiblemente en el ministerio de los apóstoles, sobre todo de Pedro: "sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".

Es como la fiesta del origen de la comunidad cristiana: "tú entregaste a la Iglesia las primicias de tu obra de salvación mediante el ministerio apostólico de San Pedro y san Pablo" (colecta de la vigilia), "fueron fundamento (exordium) de nuestra fe cristiana" (colecta de la fiesta). Es como si hoy dijéramos con énfasis: "creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica...(J. Aldazábal).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este domingo en que celebramos la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, apóstoles.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Mateo 16,13-19.
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?". Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". 
Comentario

Muy cerca de una casa donde viví, en los cerros centro orientales de Bogotá, había un aviso inmenso, colocado por la Oficina para la Prevención de Desastres de la Alcaldía menor de Santafé, que decía: “No compre ni construya en terrenos de alto riesgo”. La necesidad, ha hecho que la gente construya sus casas, casi colgadas de los barrancos, como el pueblo blanco al que le canta Serrat. Cuando llegan las lluvias, estos terrenos se desploman con el peso de las casas. Como lo advertía Jesús al hablar del que escucha sus palabras y no las pone en práctica: “es como un tonto que construyó su casa sobre la arena. Vino la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y la casa se vino abajo. ¡Fue un gran desastre!” (Mateo 8, 26-27). Todos los años, en épocas de inviernos tropicales, vemos en la televisión y sabemos por los periódicos, de muchas familias que han perdido todo porque sus casas, muchas de ellas colgadas de los cerros en los alrededores de las grandes ciudades, se derrumban por la falta de un cimiento suficientemente sólido.

Esta experiencia cotidiana nos remite, en la fiesta de san Pedro y san Pablo, a reconocer el acierto de Jesús al dejar su Iglesia fundamentada sobre la roca firme de Pedro. Firme en su fe, firme en su esperanza y firme en su amor. Pedro fue probado y confirmado por el Señor. Como bien lo recuerda el evangelio de hoy, Pedro no se limita a repetir lo que “dice la gente”, sino que reconoce a Jesús como “el Mesías, el Hijo del Dios viviente”.

Henri Nouwen, en su libro, La voz interior del amor, presenta un texto que titula: “Vuelve siempre a la roca firme”, en la que invita al lector, a tener como fundamento de su vida, el amor incondicional del Señor: “Debes creer en el sí que te llega cuando preguntas: «¿Me amas?». Debes escoger ese sí aunque no lo experimentes. Te sientes abrumado por las distracciones, por las fantasías, por los deseos turbadores de lanzarte a los placeres del mundo. Pero ya sabes que ahí no vas a encontrar una respuesta a tu pregunta más profunda. Esa respuesta no está en revolver hechos pasados, en la vergüenza o en el sentimiento de culpabilidad. Todo eso hace que te disperses y abandones la roca firme en la que está construida tu casa. Tienes que confiar en el lugar firme en el que puedes decir sí al amor de Dios, aun sin sentirlo. En este momento no sientes más que vacío y falta de fuerzas para elegir. Pero sigue diciendo: «Dios me ama, y el amor de Dios me basta». Tienes que escoger la roca firme de nuevo y volver a ella después de cada caída”.

Este fue el secreto de Pedro. Después de la negación, se sintió mirado por el Señor, como lo recuerda san Lucas en su Evangelio: “En ese mismo momento, mientras Pedro aún estaba hablando, cantó un gallo. Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro, y Pedro se acordó de que el Señor le había dicho: «Hoy, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces». Y salió Pedro de allí y lloró amargamente” (Lucas 22, 60-62). Lo que percibió Pedro en la mirada de Jesús no fue un reproche ni un reclamo, sino un «te quiero», que desarma y envía; que confirma y da seguridad. Por esto, si confiamos como Pedro, en ese «Dios me ama, y el amor de Dios me basta», edificaremos sobre la piedra que el Señor quiso dejar como fundamento de su Iglesia, y dejaremos de construir y comprar en terrenos de alto riesgo.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá