lunes, 16 de junio de 2014

Jesús nos pide desmontar la espiral de venganza

¡Amor y paz!

Las palabras de Jesús hoy en el Evangelio cobran una enorme fuerza cuando contemplamos la situación del conflicto armado colombiano.  En muy pocos sitios en el mundo se ha vivido con tanta virulencia el Ojo por ojo y diente por diente como en Colombia.

¿Cuántos miles de muertos harán falta para que los violentos (así se camuflen como amigos de una paz sin impunidad) comprendan que por esta vía sólo se llega a la destrucción?

Porque tras una escabrosa campaña electoral, en la que tuvo que padecer toda clase de trampas, mentiras, espionajes, acusaciones falsas y guerra sucia, venció el candidato que lidera un proceso de paz con los grupos armados ilegales.

Sin embargo, la oposición sólo denuncia supuestas irregularidades en las elecciones y hasta presiones de los guerrilleros, lo que contribuye a encender los odios entre los principales antagonistas del proceso de paz y a polarizar cada vez más a los colombianos.

En el Evangelio de hoy, por el contrario, Jesús nos pide desmontar la espiral de venganza y nos hace ver que se puede desencadenar una violencia ilimitada. 

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este 11ª. Semana del Tiempo Ordinario.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Mateo 5,38-42. 
Jesús, dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.   
Comentario
La ley del talión (palabra derivada del latín talis, tal) –a tal pena, tal castigo- quería poner freno a una espiral de venganza que engendraba violencia sin límite y que regía desde Lamec (Gn 4,23-24), padre de Noé e hijo de Matusalén.

Según la Biblia, Lamec reunió a sus dos mujeres, Ada y Sila, y les dijo: “Oíd mi voz, mujeres de Lamec, prestad oídos a mis palabras: por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz; si Caín se vengó por siete, Lamec se vengará por setenta y siete”. Este Lamec era una versión aumentada y corregida de Caín, autor del primer fratricidio; era Lamec un vengador nato, profesión exclusiva hasta entonces de la divinidad, pues tras el asesinato de Abel, Dios se reservó el derecho al ejercicio de la venganza: “El que mate a Caín, lo pagará siete veces”, sentenció, mientras ponía en la frente de Caín una señal para que quien tropezarse con él no lo matase.

Con Lamec, sin embargo, el hombre se abroga el ejercicio de la venganza, ejercicio visceral, arbitrario, desproporcionado, abusivo, terrible: pena de muerte por un cardenal, setenta y siete veces en lugar de siete. Demasiado. De Caín a Lamec, la venganza instalada en el corazón humano ha llegado hasta nosotros, echando raíces. ¡Cuántos Lamec del siglo veintiuno la practican incluso desde la legalidad (?).

Mediante la venganza –piensan- se introduce en el corazón humano el miedo que impedirá las infracciones del orden establecido. Y no saben que la venganza es violencia que engendra violencia y quiebra humana. Donde nace, se siembra el terror, se mata la vida, se instaura el caos. La venganza conduce a la muerte.

Por eso Jesús quiere acabar con la espiral de la venganza. El ser humano no debe responder al mal con el mal, pues esto engendra violencia. Debe trabajar por la paz y, para ello, tiene que interrumpir la cadena de venganza. Hay que estar dispuestos a sorprender con amor y generosidad al prójimo que te ofende, cediendo del propio derecho para interrumpir el curso de la violencia. Sólo así podremos crear una sociedad nueva.

Pablo lo dice bien en la carta a los romanos (12,19-21): “Amigos, no os toméis la venganza, dejad lugar al castigo, porque dice el Señor en la Escritura: “Mía es la venganza, yo daré lo merecido” (Dt 32,35). En vez de eso, “si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber: así le sacarás los colores a la cara (Prov 25,21). No te dejes vencer por el mal, vence al mal a fuerza de bien”.

El Dios de Jesús ya no es el del Antiguo Testamento, frecuentemente presentado con rostro vengativo, sino el del amor, que invita a acabar con la venganza practicando un amor generoso hasta el colmo.

Servicio Bíblico Latinoamericano