sábado, 9 de noviembre de 2013

No son los templos los importantes, sino la Pascua que allí celebramos

¡Amor y paz!

Celebramos hoy una fiesta poco conocida: la Dedicación de la basílica de Letrán. Esta es la catedral de Roma. De ‘La ciudad eterna’, todos conocemos la basílica de San Pedro del Vaticano, edificada sobre la tumba del primero de los apóstoles, y que es como un símbolo de la Iglesia universal. Pero en Roma también hay otra iglesia, no tan conocida pero también muy importante, porque es la catedral de la ciudad de Roma, la catedral propia de la iglesia romana, el símbolo y el lugar de encuentro de los cristianos de esta ciudad que ha sido, desde el principio, el punto de referencia y el centro de la unidad de la Iglesia entera.

Esta catedral es la basílica de san Juan de Letrán. Y hoy, que se celebra el aniversario de su inauguración -de su "dedicación"-, toda la Iglesia universal lo celebra también, para recordar que todas las Iglesias, en todo lugar estamos unidos en torno a la primera de las iglesias, la de Roma.

Hoy, en la fiesta de la iglesia catedral de Roma, se nos invita a reflexionar sobre lo que significan, y el valor que tienen, estos edificios donde los cristianos nos reunimos y que denominamos "iglesias'.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado en que celebramos la Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 2,13-22. 
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio". Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar". Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?". Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado. 
Comentario

La reflexión tiene como dos aspectos, dos vertientes: primero, debemos reconocer que el edificio no es lo más importante; después, es bueno ver también que los edificios de la iglesia son -deberían ser- un buen signo para todos nosotros.

El primer aspecto –que el edificio no es lo más importante-, lo vemos muy claro en el evangelio. Jesús, ante el desbarajuste del templo de Jerusalén, no se limita sólo a expulsar a los vendedores. Mucho más: les dice que, si quieren, ya pueden derrumbar todo aquel edificio, porque lo que es realmente importante, lo que acerca realmente a Dios, no son aquellas magníficas piedras sino el mismo Jesús. Él, con su fidelidad hasta la muerte, con la vida nueva que ha brotado de su cruz, es el único que nos une con Dios definitivamente, el único que acerca la humanidad a la vida divina. No son las piedras, no son los sacrificios materiales, no son los ritos: es sólo Jesús, es sólo la buena noticia de Jesús.

De otra parte, debemos reflexionar que nosotros somos el templo de Dios. Jesucristo es el cimiento del edificio, el único cimiento posible. Pero entonces, cada uno de nosotros, cada creyente siguiéndolo a él, viviendo en comunión con él, construimos este edificio que es la iglesia. Cada uno de nosotros somos las piedras vivas que hacemos presente en medio del mundo la fuerza salvadora de Dios, y somos la señal del amor del Dios salvador para con la humanidad entera.

Por eso los edificios materiales no son lo más importante, ni es preciso verlos como si tuvieran un valor sagrado por ellos mismos, como si tuvieran quien sabe qué virtudes especiales. No, el valor no les viene por ellos mismos, sino que les viene porque es el lugar donde se reúne la iglesia, el lugar donde se encuentran, convocados por Jesucristo, los cristianos, las piedras vivas que forman el templo de Dios.

-Las casas de la Iglesia, señales de la presencia del Espíritu de Jesucristo.

Mirándonoslo así, entramos en el segundo aspecto que decíamos: nuestras iglesias, los edificios donde se reúne la Iglesia convocada por Jesucristo, tienen un valor importante como signo de la fe, como señal de la comunidad que formamos todos juntos, edificada sobre el cimiento que es Jesucristo.

En la casa donde nos reunimos para celebrar unidos la Eucaristía, ¡cuántas cosas importantes han pasado! Muchos habéis sido bautizados allí e iniciado así, en manos del amor gratuito, vuestro camino cristiano. Muchos también habéis recibido allí por primera vez la Eucaristía, y desde aquella primera vez habéis continuado participando cada domingo -o quizá cada día- en la mesa del Señor, en la comunidad de los hermanos. Quizá también habéis recibido allá la confirmación, o habéis celebrado vuestro matrimonio. Y más de una vez habéis ido a decir el último adiós, y a rezar, por algún pariente o amigo difunto. O habéis entrado allá a recogeros en silencio ante el sagrario.

La edificación donde nuestra comunidad de cristianos se reúne, es una señal visible de todo esto. Y todos nosotros, cuando vamos por las calles de nuestro barrio (pueblo o ciudad) al trabajo, o a comprar, o simplemente a pasear, y pasamos por delante de la iglesia, seguro que podemos recordar las bellas imágenes con las que nos hablaba Ezequiel en la primera lectura y que después repetía el salmo: esta iglesia, y todas las iglesias, nos visibilizan el santuario que es el mismo Jesucristo, el santuario que es la presencia de Dios en medio de los hombres; de este santuario del que brota una fuente de agua de vida y de salvación, agua capaz de sanear las aguas saladas y muertas, capaz de suscitar toda vida, capaz de hacer crecer toda alimento, toda esperanza; agua, en definitiva, que es la fe y la comunidad de los creyentes y el Espíritu de Jesucristo presente en nosotros.

Que la Eucaristía nos haga vivir más intensamente los cimientos de nuestra fe. Que siempre que entremos en una iglesia, o en cualquier otra iglesia, o siempre que pasemos por delante de la misma, se renueven estos cimientos.

Adaptado de: Josep Lligadas –Misa Dominical -1986/19 – www.mercaba.org