viernes, 4 de octubre de 2013

¡Abramos las puertas a Cristo!

¡Amor y paz!

¿Nos hemos puesto a pensar en todo lo que Dios, nuestro Padre, ha hecho por nosotros a lo largo de la vida? Siempre, leámoslo bien: siempre, Él ha estado pendiente de nosotros, y nos ha ayudado, sobre todo en los momentos más difíciles. Dios ha respondido con amor a nuestra infidelidad. ¿Qué tal si no? ¿Qué sería de nosotros? En el Evangelio, Jesús reprocha hoy a ciudades que no fueron capaces de descubrir la acción amorosa de Dios en ellas. Ojalá no nos pase algo igual.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el c0omedntairo, en este viernes de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario.

Celebra, también, hoy la Iglesia las fiesta de San Francisco de Asís, un modelo de cristiano, a quien rogamos su intercesión.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 10,13-16. 
¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió". 
Comentario

 Nuestro tiempo es dramático y al mismo tiempo fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el materialismo consumista, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración. No sólo en las culturas impregnadas de religiosidad, sino también en las sociedades secularizadas, se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización… La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: en Cristo, que se proclama «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6).

    La Iglesia debe de ser fiel a Cristo; ella es su cuerpo y recibe la misión de hacerle presente. Es necesario que “siga el mismo camino que Cristo, el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la inmolación de sí hasta la muerte, de la cual salió victorioso por su resurrección” (Vaticano II, AG 59). Así pues, la Iglesia debe hacer todo lo posible para realizar su misión en el mundo y llegar a todos los pueblos; tiene también el derecho, concedido por Dios, de llevar a cabo la realización de su plan. La libertad religiosa, a veces todavía limitada o restringida, es la condición y la garantía de todas las libertades que fundamentan el bien común de las personas y de los pueblos. Es de desear que se conceda a todos y en todo lugar la verdadera libertad religiosa… Se trata de un derecho inalienable de toda persona humana.

    Por otra parte, la Iglesia se dirige al hombre en el respeto total hacia su libertad; la misión no restringe la libertad sino que la favorece. La Iglesia propone; no impone jamás; respeta a las personas y a las culturas, y se detiene ante el altar de la conciencia. A los que, bajo diversos pretextos, se oponen a su actividad misionera, la Iglesia les repite: “¡Abrid las puertas a Cristo!”   

Beato Juan Pablo II (1920-2005), papa
Encíclica “Redemptoris missio”, § 38-39 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)
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