miércoles, 10 de abril de 2013

«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único»

¡Amor y paz!

Dios ha demostrado históricamente su amor. Quiere la vida eterna de todos: por eso ha enviado al Hijo. Dios ama. Ama a todos. Al mundo entero. Esta es la perspectiva que lo explica todo: la Navidad (cuántas veces escuchamos en la carta de Juan la afirmación de Dios como amor) y la Pascua, y toda la historia de antes y de después. Lo propio de Dios no es condenar, sino salvar. Como se vio continuamente en la vida de Jesús: vino a salvar y a perdonar. Acogió a los pecadores. Perdonó a la adúltera. La oveja descarriada recibió las mejores atenciones del Buen Pastor, dándole siempre un margen de confianza, para que se salvara.

Pero por parte nuestra hay la dramática posibilidad de aceptar o no ese amor de Dios. Una libertad tremenda. El que decide creer en Jesús acepta en sí la vida de Dios. El que no, él mismo se condena, porque rechaza esa vida. Juan lo explica con el símil de la luz y la oscuridad. Hay personas -como muchos de los judíos- que prefieren no dejarse iluminar por la luz, porque quedan en evidencia sus obras. Es una luz que tiene consecuencias en la vida. Y viceversa: la clase de vida que uno lleva condiciona si se acepta o no la luz. La antítesis entre la luz y las tinieblas no se juega en el terreno de los conocimientos, sino en el de las obras (José Aldazábal).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este 

miércoles de la 2ª. Semana de Pascua

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 3,16-21. 
¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él. Para quien cree en él no hay juicio. En cambio, el que no cree ya se ha condenado, por el hecho de no creer en el Nombre del Hijo único de Dios. Esto requiere un juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues el que obra el mal odia la luz y no va a la luz, no sea que sus obras malas sean descubiertas y condenadas. Pero el que hace la verdad va a la luz, para que se vea que sus obras han sido hechas en Dios.»
Comentario

Dios nos ama, y su amor nos hace ser. Y nos hace crecer. Nos quiere llevar a nuestra perfecta humanización, que no es distinto de nuestra divinización. Esta humanización incluye a nuestro mundo, naturalmente. La transformación del mundo es simplemente la prolongación de la creación: Dios dejó al mundo (y al ser humano) -en cierto sentido- a medio hacer», a medio camino de su proyecto, su plan de salvación, y nos ofrece y nos encomienda a nosotros el llevarlo a plenitud, a su realización total.

La salvación consiste en entrar en ese plan, y comprender que dar la vida para dar Vida es la mejor forma de encontrarse con la Vida. A quien se deja llevar por esa corriente de Vida, Dios no lo juzgará: lo acogerá en la vida en abundancia».

A quien se aparte de este torbellino de la Vida y prefiera sus pequeños y egoístas proyectos, no hará falta tampoco que Dios lo juzgue ni que lo condene, porque él mismo será quien se estará apartando de la Vida, camino de la muerte eterna...

Dios es amor. Dios no condena a nadie como lo haría un juez humano. Cada uno según su modo de actuar está haciendo su salvación o condenación. El cielo, la salvación, comienza aquí.

Dios ha creado todo... menos una cosa: el infierno, que sólo lo crearán aquellos que voluntariamente decidan apartarse de la Vida. El infierno es la no-vida-eterna, la conciencia no-identificada con Dios, identificada con las obras del egoísmo que buscan el bien individual excluyendo a los demás.

Servicio Bíblico Latinoamericano