viernes, 14 de septiembre de 2012

Jesús no es juicio sino salvación

¡Amor y paz!

Al celebrar hoy la Iglesia la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el Evangelio de Juan nos hace ver cómo Jesús no es juicio sino salvación. Asimismo, que Dios no es el que juzga, sino el que salva y que la salvación tiene lugar por la fe.  En cambio, "el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios". La luz es dada a todos (ilumina a todos los hombres: Jn 1,9), pero "los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas".

Los invito, hermanos, a leer y, meditar el Evangelio y el comentario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 3,13-17.
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 
Comentario

Lo importante de la cruz es lo que señala y significa, lo que nos dice y nos recuerda; porque la cruz es una señal, la señal de los cristianos. Claro está que todas las señales, igual que las palabras, pueden cambiar poco a poco de sentido, imperceptiblemente, de modo que lleguen a significar incluso lo contrario de lo que ellas querrían decir en su origen. Nos preguntamos si no habrá ocurrido con la cruz algo semejante.

En tiempos de Pablo todavía era la cruz un escándalo para los judíos y una necedad para los romanos; pero los judíos y romanos de nuestro tiempo, los césares y fariseos de hoy, se honran con la cruz y se condecoran. ¿Acaso habrán comprendido que la cruz es sabiduría de Dios? ¿O habrá que decir que la cruz ya no significa lo mismo? Si en aquel tiempo fue plantada la cruz en la oposición, frente a los señores de este mundo y su justicia, y si ahora la vemos convertida en un ornato inofensivo que nada contradice en la sociedad, será porque la cruz ha sido tergiversada, desfigurada, manipulada, y no ciertamente porque la sociedad se haya convertido a la cruz de Cristo. Vemos aquí la causa de que los cristianos hayamos perdido la conciencia de nuestra identidad, pues no sabemos lo que decimos, lo que apreciamos y por lo que luchamos en el mundo, si es que luchamos por algo. Para recuperar esta conciencia y encontrarnos a nosotros mismos y saber qué debemos hacer como cristianos, habrá que poner en claro lo que significó la cruz para Cristo y debe significar, por lo tanto, para quienes se llaman hoy sus discípulos.

La cruz fue para Cristo la voluntad del Padre cumplida hasta el extremo: "y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre". Fue para Cristo la última palabra y la más elocuente. En la palabra de la cruz manifestó de una vez por todas lo que es Dios y quiere ser para los hombres, y ahora sabemos que Dios es amor. La cruz fue para Cristo ponerse en el último lugar y prestar el mejor servicio a todos los hombres. Para servir hay que ponerse en la cola, y hasta ahí, hasta el último lugar, descendió el que era Hijo de Dios, y no quiso alardear de ello porque vino al mundo a servir y no a ser servido. Por eso fue también la cruz el trono de la exaltación de Cristo, su gloria. Por eso recibió en la cruz el "nombre-sobre-todo-nombre". La cruz fue, finalmente, la justicia ajusticiada por los poderosos de este mundo, y, por ende, la justicia de Dios contra la justicia de los poderosos. Y si la cruz fue para Cristo todo eso, la cruz de Cristo no puede ser ya nunca asimilada, integrada, desvirtuada por un sistema en el que domina el capricho del egoísmo sobre las exigencias de la voluntad de Dios, el odio y la mentira sobre la revelación del amor, el dominio y el abuso de poder sobre el servicio, la ostentación de lo que no se es por encima de la aceptación de la propia verdad. La cruz de Cristo es el mentís, la contradicción manifiesta de una sociedad competitiva donde se fomenta la rivalidad y la vanagloria.

La exaltación de la cruz, fiesta que celebramos hoy, ha de ser para nosotros ocasión de hacer memoria, de recordar y proclamar muy alto que se ha querido olvidar y silenciar incluso dentro de la misma iglesia: que Cristo ha sido exaltado en la cruz y que todos los que son de Cristo no pueden apetecer otra gloria que ésta. Tengamos, pues, los mismos sentimientos que tuvo Cristo y no queramos conformarnos a este mundo. Si somos discípulos de Cristo estaremos siempre con él en la cruz, en la oposición.

EUCARISTÍA 1975/51