sábado, 2 de junio de 2012

¿Distinguimos lo que viene de Dios de lo que no viene de Él?

¡Amor y paz!

Muchos, aprovechándose hoy de la libertad de cultos y de expresión, y no pocas veces de nuestra candidez, nos proponen discursos, nos hacen invitaciones a convertirnos, nos incitan a asumir X o Y posturas en la vida. Todos dicen tener la verdad. Y algunos sustentan sus posturas diciendo que vienen de Dios.

Al Espíritu Santo debemos pedirle sus luces para que sepamos distinguir el lobo de la oveja o el trigo de la cizaña, el pastor bueno del simple estafador. 

Las autoridades religiosas judías dudaron de Jesús, luego de que en gesto profético expulsó a los mercaderes y cambistas del Templo.

Jesús no les respondió con qué autoridad lo había hecho, sino que al advertir doblez en sus interlocutores les contestó con otra pregunta. En otras ocasiones se calló dignamente, como ante Caifás, Pilatos o Herodes.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este sábado de la 8ª. Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 11,27-33.
Y llegaron de nuevo a Jerusalén. Mientras Jesús caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a él y le dijeron: "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién te dio autoridad para hacerlo?". Jesús les respondió: "Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. Díganme: el bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?". Ellos se hacían este razonamiento: "Si contestamos: 'Del cielo', él nos dirá: '¿Por qué no creyeron en él?'. Diremos entonces: "De los hombres'?". Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, respondieron a Jesús: "No sabemos". Y él les respondió: "Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas". 
Comentario

a) La pregunta de los jefes no era sincera. Sólo el Mesías, o quien viene con autoridad de Dios, podía tomar una actitud así, acompañada como está, además, de signos milagrosos que no pueden ser sino mesiánicos. Pero eso no lo admiten. Es inútil razonar con estas personas. Jesús no les va a dar el gusto de afirmar una cosa que no van a aceptar y que les daría motivos de acelerar su decisión de eliminarlo. Desde ahora se van a precipitar las cosas, con fuertes controversias que desembocarán en el proceso y la ejecución de Jesús.

Ante los gestos proféticos que también ahora se dan en el mundo y en la Iglesia, deberíamos afinar un poco más nuestra reacción.

Hay que saber discernir personal y comunitariamente, bajo la guía de los responsables de la comunidad, si los movimientos o las voces nuevas vienen o no del Espíritu. Pero no deberían ser los intereses personales o el orgullo o la pereza ante los cambios lo que motive nuestra decisión.

Los jefes que interpelan a Jesús, llenos de autoridad ellos, llenos de sabiduría, rechazan ya de entrada toda explicación que les vaya a dar: ¿quién es éste para poner en tela de juicio nuestra manera de organizar las cosas del Templo?

Cuando no nos interesa un mensaje, intentamos desautorizar al mensajero. Cuando un profeta nos interpela en una dirección que sacude nuestros hábitos mentales o nuestra comodidad o nuestros intereses, en lugar de preguntarnos si vendrá de Dios, nos dedicamos rápidamente a desprestigiar al profeta, para no tener que hacerle caso. A los judíos les pasó con el Bautista y luego con Jesús. A nosotros nos pasa siempre que en nuestro camino vemos u oímos voces proféticas que ponen en evidencia nuestra pereza y nuestros fallos, o nos estimulan hacia caminos más exigentes. Lo hacemos con mayor disimulo que los jefes de Jerusalén. Pero lo hacemos. Ignoramos al profeta. No nos damos por enterados de lo que Dios nos estaba queriendo decir. Luego no nos quejemos de la obstinación de los judíos.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 235-238