jueves, 21 de abril de 2011

¡Amemos a Dios y a todos nuestros hermanos!

¡Amor y paz!

El Jueves Santo que celebramos hoy, hermanos, comienzo del Triduo Pascual, es rico en expresiones sacramentales:

Los santos óleos han servido siempre en la Iglesia para realizar la mediación sacramental de la donación del Espíritu Santo en diversas circunstancias de la vida; simbolizaron fortaleza, agilidad, medicina, buen olor: todas las significaciones que puedan ser relacionadas con los óleos santos, nos remiten al Espíritu de Dios, que en la Iglesia se nos comunica permanentemente por el Señor.

El Sacramento de la Penitencia y de la reconciliación comunitaria, también encontró siempre en este día su ubicación privilegiada.

El sacramento del servicio (lavatorio de los pies), como mandato del Señor, se realizó siempre en este día como expresión vivida del espíritu que tiene que animar a los seguidores del Maestro: “No vine a ser servido sino a servir”.

El Sacramento de la Eucaristía, misterio de fe de una comunidad constituida por la memoria del Señor, se realizó de manera especial el Jueves Santo, como sacramento de la fraternidad.

El Sacramento del Sacerdocio fue siempre proclamado en este día, como la mediación de la presencia de Jesucristo, el Buen Pastor. (SBL)

Los invito, hermanos, a leer y meditar dos de los textos que serán proclamados hoy Jueves Santo, en la Misa in Coena Domini (en la Cena del Señor).

Dios los bendiga…

Carta I de San Pablo a los Corintios 11,23-26.
Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memora mía". Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva.
Evangelio según San Juan 13,1-15.
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo,  sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?". Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy  haciendo, pero después lo comprenderás". "No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte". "Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!". Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos". El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios". Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. 

Comentario

Dos gestos inolvidables: La Iglesia conserva en su memoria dos gestos de Jesús: el primero es la fracción del pan, el segundo el lavatorio de los pies a sus discípulos. Ambos constituyen el testamento y la herencia que nos ha legado, la tradición que hemos recibido del Señor. De la fracción del pan, de la eucaristía, nos hablan los tres evangelistas sinópticos, lo mismo que Pablo en la segunda lectura de hoy, toma de su primera carta a los corintios. Y sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, tomando una toalla y echando agua en una jofaina, lavó los pies a sus discípulos".

Juan no dice nada de la fracción del pan; los evangelistas sinópticos no mencionan el lavatorio de los pies. Y es que lo uno está por lo otro, el lavatorio por la eucaristía. Porque ambos gestos significan en el fondo lo mismo: que Jesús nos ama hasta el extremo, como se vería en el Calvario al día siguiente. Significan, también, que todos los que se consideran discípulos de Jesús deben amarse los unos a los otros, como él los ha amado: "Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis"; "haced esto en memoria mía".

Lo que Jesús hizo en la última Cena es para nosotros, los cristianos, un indicativo y un imperativo: la expresión del amor de Jesús a los hombres y el mandamiento de amarnos los unos a los otros.

-La señal de los cristianos: El distintivo de los cristianos es el amor: "En esto conocerán que sois mis discípulos". No en los ritos, no en la misa, sino el amor hasta el extremo de dar la vida por los enemigos. Porque el sentido de la misa es el amor, de la misma manera que el sentido de la cena de Jesús en la noche del jueves santo es la muerte en la cruz al día siguiente. ¿De qué nos sirve, entonces, comer juntos un mismo pan en las iglesias, si después nos quitamos el pan los unos a los otros? Comulgar con Jesús es siempre comprometerse con su causa, incorporarse a Jesús para entregarse con él a todos los hombres.

Sabemos que los discípulos, que comieron y bebieron con él, lo abandonaron, y uno de ellos lo delató. ¿Qué hacemos nosotros? ¿lo abandonamos también apenas concluida la celebración eucarística? ¿lo traicionamos? Si no somos capaces de amarnos y de amar a todos, como Jesús nos ha amado, no somos auténticamente cristianos. Nadie podrá reconocernos en el mundo como discípulos de Jesús, porque habremos perdido nuestras señas de identidad. Nadie dará ya crédito a nuestras palabras y a nuestra misión, porque seremos como embajadores sin credenciales.

No separemos el culto de la vida: En el antiguo culto de Israel y en el de otras religiones los sacerdotes ofrecían, y ofrecen, a Dios lo mejor de las cosechas y de los ganados, algo de su propiedad; pero no se ofrecían a sí mismos. En este culto el sacerdote no coincide con la víctima. Por lo tanto, siempre es posible que los que ofrecen a Dios algo se queden con el resto, separando así el culto de la vida, lo sagrado de lo profano. Pero Jesús, sacerdote y víctima, se ofrece enteramente al Padre; toda su vida de Belén al Calvario es una sola ofrenda. Por otra parte, el sacrificio de Jesús consiste en cumplir la voluntad del Padre, y ésta es la voluntad del Padre: que, siendo justo, dé la vida por los injustos. Y así, no separó nunca su entrega a Dios y su entrega a los hombres, el amor a Dios y el amor a los hombres.

Nuestro sacrificio no consiste sólo en ofrecer al Padre el cuerpo y la sangre de Jesús, sino también e inseparablemente el ofrecernos con Jesús al Padre por amor a todos los hombres. Por eso comulgamos con Jesús, nos incorporamos a él el día antes de padecer, nos unimos a su sacrificio. Y, en consecuencia, no podemos separar tampoco el culto de la vida, el amor a Dios del amor al prójimo.

EUCARISTÍA 1978, 14